Últimamente me ha dado por recolectar en la red, guardar, convertir a mp3 y pasar a mi i-pod, la mayor parte de la música con la que fui debidamente ineducado en mi temprana juventud.
De este modo, bandas legendarias como Dinosaur Jr, Mudhoney, Rollins Band y White Zombie, entre otros muchos, han estado atronando a través de mis auricalares en la oficina, y reventando los altavoces de mi utilitario en mi camino a mis rutinarias partidas de pádel en las últimas semanas.
Es cierto que hoy no quedan rockeros con esa frescura, que transmitan el poder y la rabia que sólo una guitarra eléctrica puede dar, con riffs y melodías tan geniales y pegadizos como súbitos e impactantes.
Me quedo con las revelaciones de mis adorados Sonic Youth, "Sonic Nurse"
El rebelde y único Henry Rollins, en su más audible trabajo, "The end of Silence"
Y con la genialidad de Les Claypool al bajo y voces en "Suck on This"
lunes, 12 de noviembre de 2007
lunes, 5 de noviembre de 2007
¿Qué se espera de un coche? Para la mayoría, su coche es un mero instrumento, un objeto casi imprescindible en nuestra sociedad, cada vez más abocada a la vida sedentaria, al placer del "dolce fare niente". Para ir al trabajo, aunque sean pocos metros.
Ciudades enteras atestadas de humeantes vehículos en cuyo interior, solitarios y adormecidos, habitualmente amuermados, un solo ocupante trata de avanzar entre la marea metálica de cada día. Para la compra semanal o quincenal o mensual. A primeros de mes los inmensos aparcamientos de los centros comerciales se atestan de ese peculiar tráfico de mateleros a reventar.
Los niños al colegio, el perro al veterinario, la abuela al hospital, los colegas de marcha... Incluso para ir a la semanal partidita de pádel en esa pista a quinientos metros de casa. Pocos renuncian a caer en la espiral interminable de pagos de precios aplazados, primas de seguro, Impuesto de Vehículos de Tracción Mecánica, ITV, Impuesto de Matriculación, gasolina, gasóil, neumáticos, aceite, revisiones, pinturas, averías. La lista de gastos es tan interminable como perpetua. Una hipoteca vitalicia que tenemos que pagar. El precio del progreso, dirán algunos.
Para otros, además, es la materialización de un status, la representación de una supuesta categoría social que, salvo casos aislados, no es más que un engañabobos con mayor o menor capacidad de endeudamiento.
Finalmente, para otros, puede que su coche sea un fin en sí mismo, un objeto de culto personal, idealización de una meta proporcionadora, per se, de satisfacción personal por el mero hecho de conducir, de disfrutar de esa actividad que puede convertirse en algo lúdico, idílico, o a veces incluso deportivo.
Es como el que tiene una motocicleta: algo tan irracional e inútil por su propio concepto, y a la vez tan maravilloso e incomprensible para aquel que no lo ha vivido nunca.
Ciudades enteras atestadas de humeantes vehículos en cuyo interior, solitarios y adormecidos, habitualmente amuermados, un solo ocupante trata de avanzar entre la marea metálica de cada día. Para la compra semanal o quincenal o mensual. A primeros de mes los inmensos aparcamientos de los centros comerciales se atestan de ese peculiar tráfico de mateleros a reventar.
Los niños al colegio, el perro al veterinario, la abuela al hospital, los colegas de marcha... Incluso para ir a la semanal partidita de pádel en esa pista a quinientos metros de casa. Pocos renuncian a caer en la espiral interminable de pagos de precios aplazados, primas de seguro, Impuesto de Vehículos de Tracción Mecánica, ITV, Impuesto de Matriculación, gasolina, gasóil, neumáticos, aceite, revisiones, pinturas, averías. La lista de gastos es tan interminable como perpetua. Una hipoteca vitalicia que tenemos que pagar. El precio del progreso, dirán algunos.
Para otros, además, es la materialización de un status, la representación de una supuesta categoría social que, salvo casos aislados, no es más que un engañabobos con mayor o menor capacidad de endeudamiento.
Finalmente, para otros, puede que su coche sea un fin en sí mismo, un objeto de culto personal, idealización de una meta proporcionadora, per se, de satisfacción personal por el mero hecho de conducir, de disfrutar de esa actividad que puede convertirse en algo lúdico, idílico, o a veces incluso deportivo.
Es como el que tiene una motocicleta: algo tan irracional e inútil por su propio concepto, y a la vez tan maravilloso e incomprensible para aquel que no lo ha vivido nunca.
truñing
El primer M3 nació para ser fabricado artesanalmente en una corta serie con vistas a su homologación para la competición.
La caja E30 es considerada para muchos seguidores de la marca como la revelación más deportiva y radical de la historia de los M.
La filosofía competitiva y deportiva, que arrastra desde los 635csi hasta el actual y novísimo M3 de la serie E92, ha estado ligada a una imagen diferenciadora del resto de la gama BMW, y son modelos con tanto gancho, estético y prestacional, que actualmente podemos encontrar hasta cuatro versiones correspondientes a las series Z, 3, 5 y 6.
Pero los M por excelencia son los M3, a pesar de que para algunos, el más potente, efectivo y casi brutal M5, es el estandarte y desideratum, por lo menos hasta la llegada del no menos prestacional M6. Coches hechos con mucho cariño, que por desgracia se han convertido en el estándar del vacileo para camellos de baja estofa y pasajero poder económico. La marca bávara cometió el error de ofrecer un kit estético como extra para adornar sus más vulgares y despotenciadas versiones de cuatro cilindros y, con una simbólica inversión, el obrero de a pie tiene la oportunidad de vacilar de M en su humeante 320d. ¡Qué pena! No echemos la culpa a BMW: si no lo hubiera hecho la marca madre, cualquiera de las legiones tuneras profesionales se hubiera puesto manos a la obra, y muchos hubieran caído, aunque no fuera un producto tan oficial.
Recuerdo cuando los niños de papá iban en R5 Turbo. Luego vinieron los GTI. La fiebre tdi ha inundado nuestras calles y carreteras de petroleros A3, Golf y León. Ahora, quien no lleva un serie 3 cupé con kit M, es porque no quiere. Albañiles, mecánicos, carpinteros, electricistas, abogados, comerciales de ventas, incluso parados y estudiantes tienen uno. Me encanta la democratización de un modelo como éste, que abarca, como vemos, a todas las clases sociales y niveles de formación académica. Uno se pregunta si éste es el verdadero concepto de un fabricante "premium" en los tiempos que corren.
Quizá ya no hay marcas premium, o sólo se pueden calificar así a Aston, Maserati, Ferrari, Lamborghini, Bentley o Rolls, y a esas pocas marcas verdaderamente artesanales cuyas exclusivas unidades se cuentas con los dedos de una mano.
Ducati Vs Mojonda
Oh, amigos y, a veces, aburridos lectores!!
Me congratulo sobremanera por la consecución del primer campeonato mundial de MotoGP por parte de Ducati. Los astros se han alineado en una constelación espectacular, que ha traído como consecuencia el arrasar en un campeonato que fue durante muchos años feudo particular de Honda, como máximo representante del poder motociclista nipón, y por ende mundial. Por cada moto que vende Ducati, Honda vende trescientas.
La diferencia conceptual como marca y fabricante de vehículos lúdicos y deportivos es tan grande entre estos dos afamados productores de motocicletas, como el fino y a menudo negro humor de Eugenio -d.e.p.- y la chabacana, repetitiva y disparatada gracia, pero no menos válida, de Chiquito de la Calzada. A todo el mundo le gusta Honda, o casi. Quien más, quien menos, ha tenido o ha conducido una, y qué quieren que les diga: te subes en una Honda y a los dos minutos parece la moto de toda tu vida. Su conducción es tan fácil y predecible como aburrida y falta de interés. En cambio, a Ducati la amas o la odias. Todo en ella es especial: los colores empleados, el afilado diseño italiano, el motor bicilíndrico -perfeccionado tras más de treinta años de evolución-, el sonido... y por supuesto el precio, claro.
Ducati tiene una pequeña fábrica en Borgo Panigale, justo al lado de Bolonia, en Italia, en la que también hay un museo de la marca, tiendas y toda una entusiasta plantilla, fervorosos amantes y seguidores del "pompone". Un operario recibe la orden de trabajo consistente en montar un motor, él solo. Coge un carrito y va a una especie de supermercado con una lista de las piezas necesarias, y luego lo monta de principio a fin. Hoy un dos válvulas de 695, mañana un 1000 de dos bujías por cilindro, y pasado un 1098 refrigerado por agua y embrague antirretención.
Las cosas son muy diferentes en Japón, donde se fabrican las superdeportivas y modelos tope de la gama. El empleado nipón es un mero número que tarda dos horas en llegar de su casa al trabajo y otras dos para volver a su casa. Hace un trabajo rutinario, monotemático, regido por unas inquebrantables normas de conducta y rendimiento.
Esto da una idea de la diferencia de pensamiento y filosofía de ambas marcas. Ducati vive de la competición. Si no gana, no vende. Proporcionalmente, su presupuesto dedicado a los campeonatos de SBK y MotoGP es escandalosamente elevado si lo comparamos con sus rivales japoneses, pero es que es su vida. Parece que Ducati tiene que vender motos para competir, y compite para vender motos, en una rueda perpétua que sólo se acabará si deja de ganar y sus motos no se venden. A Honda le gusta ganar, ¿cómo no?, pero lo hace más por una cuestión de imagen, honrilla y honor samurai. Por sus cojones, vamos. No le va la vida en ello, que quede claro, sino que es más bien una demostración de fuerza.
Es por ello que el valor que tiene la consecución de esta victoria es tan importante para un David de dos ruedas que tiene contra las cuerdas a la autoproclamada nº 1, al Goliat de la mecánica.
ARRIBA LA LIBERTAD, ABAJO LA TIRANÍA NIPONA!!!!
Me congratulo sobremanera por la consecución del primer campeonato mundial de MotoGP por parte de Ducati. Los astros se han alineado en una constelación espectacular, que ha traído como consecuencia el arrasar en un campeonato que fue durante muchos años feudo particular de Honda, como máximo representante del poder motociclista nipón, y por ende mundial. Por cada moto que vende Ducati, Honda vende trescientas.
La diferencia conceptual como marca y fabricante de vehículos lúdicos y deportivos es tan grande entre estos dos afamados productores de motocicletas, como el fino y a menudo negro humor de Eugenio -d.e.p.- y la chabacana, repetitiva y disparatada gracia, pero no menos válida, de Chiquito de la Calzada. A todo el mundo le gusta Honda, o casi. Quien más, quien menos, ha tenido o ha conducido una, y qué quieren que les diga: te subes en una Honda y a los dos minutos parece la moto de toda tu vida. Su conducción es tan fácil y predecible como aburrida y falta de interés. En cambio, a Ducati la amas o la odias. Todo en ella es especial: los colores empleados, el afilado diseño italiano, el motor bicilíndrico -perfeccionado tras más de treinta años de evolución-, el sonido... y por supuesto el precio, claro.
Ducati tiene una pequeña fábrica en Borgo Panigale, justo al lado de Bolonia, en Italia, en la que también hay un museo de la marca, tiendas y toda una entusiasta plantilla, fervorosos amantes y seguidores del "pompone". Un operario recibe la orden de trabajo consistente en montar un motor, él solo. Coge un carrito y va a una especie de supermercado con una lista de las piezas necesarias, y luego lo monta de principio a fin. Hoy un dos válvulas de 695, mañana un 1000 de dos bujías por cilindro, y pasado un 1098 refrigerado por agua y embrague antirretención.
Las cosas son muy diferentes en Japón, donde se fabrican las superdeportivas y modelos tope de la gama. El empleado nipón es un mero número que tarda dos horas en llegar de su casa al trabajo y otras dos para volver a su casa. Hace un trabajo rutinario, monotemático, regido por unas inquebrantables normas de conducta y rendimiento.
Esto da una idea de la diferencia de pensamiento y filosofía de ambas marcas. Ducati vive de la competición. Si no gana, no vende. Proporcionalmente, su presupuesto dedicado a los campeonatos de SBK y MotoGP es escandalosamente elevado si lo comparamos con sus rivales japoneses, pero es que es su vida. Parece que Ducati tiene que vender motos para competir, y compite para vender motos, en una rueda perpétua que sólo se acabará si deja de ganar y sus motos no se venden. A Honda le gusta ganar, ¿cómo no?, pero lo hace más por una cuestión de imagen, honrilla y honor samurai. Por sus cojones, vamos. No le va la vida en ello, que quede claro, sino que es más bien una demostración de fuerza.
Es por ello que el valor que tiene la consecución de esta victoria es tan importante para un David de dos ruedas que tiene contra las cuerdas a la autoproclamada nº 1, al Goliat de la mecánica.
ARRIBA LA LIBERTAD, ABAJO LA TIRANÍA NIPONA!!!!
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