Bueno, no sé muy bien cómo decirlo, como hacerles comprender, cómo lograr que ustedes, oh, a menudo aburridos y asqueados lectores, y escasos ambién, cómo conseguir un poquito de empatía.
Aunque, la verdad, tampoco es que importe mucho. La breve, corta o a menudo nula presencia de feedback en este mi bloc, me hace comprender que la mayoría de los temas tocados son del mínimo interés general, lo cual me alegra, no obstante, ya que no me considero un tipo general.
A lo que iba: ayer tuve una tarde dura, pero adrede. Ya saben aquello de la sarna, el gusto y el picor. Y los ciclistas somos dados a la automortificación -toooooma palabro-.
En esta nueva etapa de apetencias freaks, velocípedamente hablando, ya saben ustedes que me he hecho recientemente de dos aparatos absolutamente rígidos, y de ellos, el más nuevo, que al mismo tiempo es el más viejo -pues data de allá el año mil novecientos noventa y tres, luego ya es mayor de edad-, es una Kona de cromoly, con su horquilla también de cromoly como mandaban los cánones de la época.
Les hablaré ahora un poco de este monstruo, esta máquina que a pesar de los años dando guerra, se mantiene en un estado de forma ejemplar. Su prácticamente indestructible cuadro no es especialmente bonito, ni por el color -un gris metalizado normal y corriente-, ni por lo vistoso de sus calcas -sobrias, aunque no carentes de cierta elegancia-, y encima todo ello en una talla 19, quizá grande para mi persona de tamaño genuínamente ibérico -pero convenientemente adaptada con potencia, manillar, tija y sillín cojonudos, oigan-.
¡¡Pues la bici es más rígida y más dura que una viga de hormigón armado, coño!!
Es una bici de otra época, sin duda. A pesar de que Joe Murray la diseñara con todo su corazón y empeño, y por tanto tiene una geometría genial y perfectamente vigente, característico de todas las Kona que he tenido hasta ahora -y ya van unas cuantas-, es la Fire Mountain una bicicleta de montaña pura y dura, una roca, fabricada para durar y durar, y no inmutarse con los obstáculos de la naturaleza. En su lugar, el que sufre es el bicimontañero de turno, que tiene que hacer el trabajo de absorción con brazos y piernas.
Lo de las piernas es normal, y se hace en cualquier bici actual, incluso las de suspensión doble. Pero eso de los brazos, eso no. Eso estaba olvidado desde que usaba mi Orbea Sherpa de acero de finales de los ochenta. Pero entonces yo tenía dieciocho añitos, y no treinta y nueve como ahora.
Los años cuentan, no cabe duda, pero la falta de costumbre y de forma cuentan mucho, mucho más.
Y después de miércoles, jueves y viernes surfeando la nieve hasta la extenuación, aprovechando cada minuto, saltando cada bañera, con incursiones en pistas negras, amagos de acrobacias en el snowpark... después el viaje de vuelta desde Granada, y un día de descanso verdadero para madrugar nuevamente ayer, lunes. Pues después de todo eso y lo que implica para unas piernas, hago mi planning semanal, veo las tardes que puedo tener libres, horas, minutos y segundos, compromisos, visitas, libros pendientes, pelis que se me escapan de la cartelera, el yoga que tengo un poquitín abandonado, las actividades extraescolares de los niños, la toma de lecciones de Manu... y digo que hay que salir sí o sí. Y me enfundo el traje de romano, pillo la Fire Mountain después de cambiarle la tija y el sillín -por fin, qué alivio-, y sufro los primeros km de carril bici.
Ah, el carril bici de Huelva a Punta, lo peor. LO ODIO, con mayúsculas, sobre todo si lo hago en bici de campo. Pero ese es otro tema que pronto trataré en otra entrada.
En fin, que una vez calentados los musculillos de las piernas, y un poco jodido con el codo derecho y su epicondilitis -que debo hacerme mirar ya-, voy cogiendo ritmo, y cuando entro en terreno cuasiselvático ya voy a cien. Velocidad, mucha velocidad a ratos, la Kona vuela en senderos, se maneja con facilidad, los frenos V de la marca Tektro, aunque anodinos y vulgares, son más que suficientes en estas circunstancias, y transmite sensaciones olvidadas hace décadas. Pero hace trabajar duramente a los brazos y al culo, y me llevo un par de sustos por regueros imprevistos y profundos que han dejado las últimas lluvias. Casi voy al suelo, y lo peor es que iba a carajo sacado y en sitios que, como pude comprobar, no había ni cobertura telefónica. Menuda mierda.
Una rápida visita a Ciclos KM 0 de Aljaraque a la vuelta, y casi se me hace de noche por el carril bici, con fuerte bajada de temperatura. La ropa mojada por el sudor, un poco de viento, y yo acojonado pensando que "ea, ya está, ya voy a coger una pulmonía por gilipollas". De modo que usé la única técnica a mi alcance para entrar en calor: pedalear, maldita sea. Y arrancar otra vez después de media hora de charla cuesta un huevo y parte del otro.
Total, que llegué a casa sano y salvo, con suficientes reservas de energía y calor después de todo -bien, guay-. Un rato con Manu preguntándole la lección de Conocimiento del Medio -que es como una mezcla de ciencias sociales y naturales de mi época-, dándole explicaciones para que comprendiera mejor algunos conceptos, luego afeitado y ducha, mi preceptivo medio litro de zumo de naranja recién exprimido, y por fin me pude sentar, agotado, derrotado.
Más tarde, depués de cenar mi crema de verduras nocturna y echar una partidita online al GT5, me fui al sobre, con los hombros, tríceps, antebrazos, muslos y abductores chillándome "déjanos descansar de una vez, cabrón".
Hoy me he levantado como nuevo, por cierto. Y ya estoy pensando en salir con la bici de nuevo. ¿Cómo era aquello de la sarna?
PD: no hay foto ilustrativa, no tengo ganas de descargarla del celular. Mañana, quizá, será otro día.