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Paraíso en modo ON |
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Feliz con el nuevo juguete |
Aunque había poca ola, pude saborear las mieles de los nuevos diseños y materiales, el potencial, la sorpresa del rendimiento.
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Feliz con el nuevo juguete |
Ya he tenido varias motos de segunda mano, y no me asusto con las cosas que me encuentro, sobre todo porque soy realista y sé que una máquina de campo con veinticuatro años... algo debe tener, es imposible que esté perfecta, eso no existe. Y si existe es porque ha sido objeto de un concienzudo trabajo de restauración en el que se habrá invertido mucho tiempo y también, por supuesto, dinero, lo que se hubiera traducido en un alto precio de venta.
Con la Yamaha TT600R que compré con 39.800 km en el marcador, matriculada en mayo de 2001, creo que la cosa no ha ido tan mal, teniendo en cuenta que salió bastante bien de precio, un precio realista quiero creer.
La cosa es que el que me la vendió apenas la usó, unos mil kilómetros en el año que la tuvo en sus manos, y claro, igual que los músculos que no se usan se atrofian, las máquinas también hay que usarlas habitualmente o se acaban estropeando poco a poco, hoy deja de funcionar esto, mañana aquello...
Así he tenido que comprobar que el nivel de aceite es correcto y el filtro de aire se encuentra en buen estado, la bujía es nueva, he tocado un poco las suspensiones, tuve que limpiar el retén de la barra izquierda porque perdía tras la primera salida (un parche provisional, porque al final tuve que cambiar el dichoso retén, como consta al principio de la entrada), engrasar los cables del acelerador, desatascar el cierre portacasco, tensar la cadena, poner neumáticos nuevos, cambiar la matrícula, ajustar los rodamientos de la dirección (A.L. me tuvo que prestar una llave grande, porque yo no tenía como acometer el aflojamiento de la tuerca de 41 mm nada menos)...
En fin, cosas típicas, pero ninguna grave. Una moto de campo exige un mantenimiento constante, y si no tienes ciertas inclinaciones mecánicas, enseguida se resentirá su funcionamiento.
Quedan pendientes para el parón veraniego algunas cosas, como la recomposición del amortiguador, así como investigar en el cableado delantero para sanear lo que quiera que sea que impide el funcionamiento del testigo de la luz de cruce y de la iluminación del velocímetro. Siempre hay alguna cosita con los vehículos todo terreno.
- ¿Y tú quieres un caballo, Stephen?
-¿Para qué quiero yo un caballo? Yo lo que quiero, es que él no lo tenga.
Quentin Tarantino, resumiendo la historia de la humanidad en 3 líneas 🤣👌🏻
Escribió Montesquieu que «una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a todos». ¿Cuánto mayor será entonces la amenaza cuando la injusticia es institucional y sistemática? O peor, ¿y si la amenaza se convierte en un estilo de gobierno?
La diarrea legislativa no es una afección provocada por la bacteria de la estupidez tecnocrática que descompone las tripas del Estado. Muchos de los trámites que rozan el absurdo no están ahí por error, sino por diseño. Se legisla con la intención de crear cuellos de botella que sólo pueden ser superados mediante la relación de parentesco, sea política o familiar, o el pago del oportuno peaje.
la corrupción es un drama sin gracia porque su destrozo no se limita a la economía; también destruye la moral pública. Si los de arriba hacen trampas, ¿por qué no habría de hacerlas el ciudadano medio? Un sistema donde la corrupción no es la excepción sino la norma contamina las percepciones de las personas, destruye la confianza mutua, estimula el cinismo y convierte la resignación en el estado de ánimo de la mayoría.
«El lenguaje político está diseñado para que las mentiras suenen verdaderas y la corrupción, respetable», escribió Orwell.
Los verdaderos costes de la corrupción no aparecen en los titulares de los diarios. Están implícitos en cada negocio que cerró o nunca pudo abrir, en cada joven sin esperanza o en el que, desesperado, opta por emigrar, en cada servicio público que no funciona o lo hace a duras penas con un coste enloquecido y, sobre todo, en cada ciudadano que, resignado, ya no espera nada de sus representantes. Si acaso, sueña con que el sistema se venga abajo, aunque en su caída se lo lleve por delante. Después de todo, no es que los corruptos hayan convertido el Estado en su cortijo. Es que lo han hipotecado y nos han puesto de avalistas.
Palabras de Manolo Burillo, a quien, a pesar de nuestra diferencia de edad, me unen muchas cosas por lo que parece.